Puedo gritar desgañitándome aún cuando sé que tengo razón, y sin embargo no hay nadie al otro lado que me escuche. Me duele la garganta de callarme las verdades que ayer tenía que haber clamado ante mi imagen. Me duele la lengua de mordérmela cuando quiero que quede bien claro lo que pienso.
Y no sirve de nada. Ni callarme en el momento más inoportuno, ni escupir a la cara mi sinceridad. Podría golpear hasta la extenuación con la piedra de la realidad sobre los cuerpos de todos aquellos que nunca quisieron darme la razón, y aún así seguirían negándome en consideración.

Parece que lleve toda la vida persiguiendo un imposible. Que la gente con menos razón atienda a razones...