jueves, 16 de junio de 2011

Despedidas...

Ayer se rompió un cachito de mi alma. Se desprendió. Me he pasado los últimos 7 años y medio de mi vida involucrándome, preocupándome, queriendo... No es que vaya a dejar de hacerlo. Simplemente ya no va a ser un trabajo (aunque fuera un trabajo gustoso).

Hace ya tiempo que tomé la decisión de dejar de ser profesora particular. Un trabajo a jornada completa como periodista, la idea de independizarme, y ganas de tener tiempo libre me lo imponían. Pero quise aguantar hasta final de curso. Quise ser justa y honrada con las personas que han sido una segunda familia para mí durante años.

No existen palabras que me ayuden a describir lo que estos años han significado para mí. Sí, me pagaban por dar clase, por ayudarles con los deberes, resolver dudas y enseñarles a estudiar. Pero 7 años son muchos años. Les he visto crecer. El pequeño tenía 5 años cuando empecé a enseñarle a leer. La mayor tenía 7 cuando sumábamos y restábamos en 1º de Primaria.

Me chincharon. Me quisieron. Me hicieron dibujos y me gritaron. A veces me daban besos y abrazos cada vez que me veían. Otras se escondían por la casa y hasta que no les encontraba no comenzábamos a estudiar. Durante dos semanas además de profesora fui niñera. Y se metían debajo de la mesa para no entrar en la ducha.

Ahora son más mayores (tienen 11 y 14 años) y los besos, los abrazos y los dibujos han pasado a mejor vida. Pero no importa. Sólo quiero que les vaya todo bien. Que sean felices (como lo han sido hasta ahora). Que aprendan a vivir disfrutando cada día. Que estudien si quieren y si no, que trabajen en algo que les guste. No soy su hermana mayor. Ya tienen una. Y muy buena. Pero les quiero como si lo hubiera sido.

Aunque la persona más importante de esa segunda familia es su madre. Vecina, amiga, florista. Una mujer que me vio nacer, que me dio trabajo antes de necesitarlo, y que me apoyó cuando todo se desmoronaba. Que me aumentó el sueldo cuando le dio la gana. Que me pagó de más en más de una, de dos y de tres ocasiones. Que me consiguió más clases entre las madres del 'cole'. Que me ofreció tanto trabajo que a veces tuve que rechazarlo. Una mujer que no me canceló una clase sin motivo jamás. Que, incluso si se olvidaba de que me tocaba ir, me recibía con los brazos abiertos. Que me invitaba a comer, a cenar. Que me regaló montones de ropa y ramos de flores. Que me vio llorar millones de veces.

Ayer me despedí de los niños. Un beso, un abrazo. Y ya no tendrán que aguantar mis quejas, mis manías: "Esa palabra lleva tilde. ¿Por qué no pones la H? Detrás de punto va mayúscula". Ni mis exigencias: "Hay que terminar el plan de trabajo de 'cono'. Un ejercicio más. Hay que estudiar inglés". Creo que al menos echarán de menos a mi parte menos pesada. La que les escuchaba cuando me contaban cosas que no tenían que ver con la clase. Al menos me despido sabiendo que les he enseñado algo: "Contigo me entero de las cosas, no me aburro. No eres tan pesada" me decía el pequeño hace apenas unas semanas.

Y también me despedí de su madre. De la matriarca de mi barrio, que da trabajo a todo el que puede y lo necesita. De una mujer tan grande y extraordinaria que no cabe en ningún sitio. Que cuando vio mi foto de graduación se puso a llorar.

Hoy tengo otra despedida. También va a ser emotiva. También me va a doler. Pero creo que me dolerá la mitad, porque llevo la mitad de tiempo dando clase a dos niñas maravillosas que también están creciendo. Aunque con una situación bastante diferente, y más difícil.

Gracias por leer hasta el final. Pero es que necesitaba rendirles homenaje.