Arcadia: Todos los días

No hay ni un sólo día de mi vida en el que no te eche de menos.

Ni uno.

Mi historia

Yo siempre adoré a la luna. De forma mística, y de forma enferma.
No odio a nadie. Ni a mi padre, ni a la Iglesia, ni a Franco, ni al PP, ni a los gamberros de mi plaza. No sé odiar a nadie. Y aunque me cueste creerlo creo en que el mundo, tarde o temprano, nos pone a todos en nuestro lugar.
He pertenecido a mil grupos distintos. He perdido amigos por todas partes. Pero también los he ganado. A veces creemos que no podremos sobrevivir sin unas determinadas personas. Pero cuando eres pequeño, muchas de ellas solo son compañeros momentáneos de nuestra existencia. Y hay que aprender a saber dejarles marchar.
Sentir melancolía me gusta. A veces tengo miedo de que haya nacido para estar triste.
Lo siento. No creo en la patria. No me alistaría en el ejército y nunca mataría por mí país. Puedo luchar por cualquier cosa, menos por una bandera.
Siempre veraneé en Cullera. En el mismo sitio, durante más de 12 veranos. En el mismo camping. Y nunca me eché amigos. De pequeña siempre fui un poco antisocial...
Odio ser consciente de los buenos momentos, porque me impide disfrutarlos del todo. Siempre estoy pensando en que no podré volver a repetirlos.
Me gusta escuchar música cuando ando por la calle. Me da igual que digan que es peligroso, porque tienes que estar atento a lo que pasa a tu alrededor. Si voy escuchando música soy capaz de teletransportarme hasta cualquier lugar y época.
Hice la comunión con una quemadura del secador bajo el labio. Pero esa historia ya os la sabéis...
Por las noches me escapaba al baño, sin razón, sin motivos, sólo para no seguir en la habitación. Es difícil de explicar. Quieres estar allí pero no lo puedes soportar. Así que tenía que escaparme. Y me iba al baño a llorar.
A veces siento que hay personas a mi alrededor que no me entienden. Con las que no tengo nada que ver. Pertenecemos a universos diferentes, pero por alguna extraña razón nos hemos unido en el camino. Es como si viéramos la vida de forma opuesta, nos interesan cosas diferentes. Y por eso, a veces, me siento fuera de lugar.
Me gusta mucho que me acaricien el pelo. Es mi mayor debilidad. Puedo quedarme dormida en cuestión de pocos minutos. Me relaja como nada en este mundo. Me calma. Era de la única manera que podía dormirme entonces...
He sido de todo. Desde "bruja" a "pirómana". De hippie a rockera y heavy. De normal a rara. Creo que nunca he sabido definirme ni catalogarme en ningún cajón de sastre. Prefiero ser un poco de todo.
Tuve una época en la que nunca soñaba nada. Me daba miedo soñar. No controlas lo que pasa en tus sueños, y pueden salir monstruos. Un día, soñé que el responsable de los sueños me decía que no podía seguir sin soñar. Me enseñaba el taller donde se fabricaban los sueños, y me decía que había mil cosas bonitas que podía soñar. No sólo cosas malas. Subía por un ascensor hasta el piso de los sueños, y luego me devolvía a la realidad. Desde entonces me gusta mucho tener sueños. Y no dejo de soñar ni despierta...
Cuando era pequeña siempre me moría de ganas de que llegara el verano para ir a la playa. Y nunca sabía a ciencia cierta si iríamos. Mi padre era un caso. Podía cambiar de opinión el día de antes, con los billetes comprados y todo. El último año que fui no quería ir. Tenía 17 años, y un montón de amigos en Madrid. Mi sobrino tenía 12 años, y fíjate, echo de menos como era antes. No porque ahora no le quiera, si no porque era un inocentón, gracioso, que me lo contaba todo. Fui durante un mes a la playa, me aburrí un montón. Y ahora daría cualquier cosa por volver a ese verano aburrido.
Siempre quise tener una mascota de pequeña. Pero cuando me encontré un gatito, con 14 años, y convencí a mis padres para quedármelo, me empecé a agobiar, a tener miedo de qué hacer con él cuando llegara el verano, me dio pena que solo pudiera estar en mi habitación, que era lo que me dejaron mis padres. Así que al final se lo dí a mi hermana, que es veterinaria, para que le encontrara un hogar. Como regalo, el gatito me pegó unos hongos en el cuello que la gente del colegio decía que eran chupetones (igualitos). Creo que alguien me castigó por deshacerme de él.
Una vez de pequeña mi madre me hizo una mecha rubia en el pelo. Sí, UNA mecha amarilla. Solo una, por la parte de atrás de la cabeza. A mí me hizo mucha ilusión, aunque nunca me la llegué a ver...
El primer botellón lo hice con 13 años. Era una botella de cocacola con vino. Estaba muy malo, y poco se parece al calimotxo con mora tan rico que bebo ahora. Después de un par de botellones, no volví a hacer uno hasta los 18 ó 19 años. Mis amigos siempre eran raros. Ni bebíamos, ni fumábamos. Quizás por eso mi cuñado no se creía que no fumáramos porros. Decía que teníamos la coartada perfecta.
Con los años te das cuenta de que la gente que de verdad importa lo da todo por ti. Deja lo que esté haciendo para consolarte, organiza una fiesta pijama, o te dedica un detalle tonto que vale más que todo el oro del mundo. Esa gente no suele coincidir con la que te parecía la más importante del mundo de pequeña. De hecho, a veces no queda casi nadie de cuando somos pequeños. Y si quedan, sin quererlo, ya no son los mismos con los que compartíamos risas a los 7 años. O a los 10. O a los 13.
Siempre quise llevarla a los San Fermines. Pero cuando pude hacerlo, ella ya no pudo acompañarme.
Me he tirado dos años sin hacerme trenzas en el pelo, porque nadie más que ella sabía hacérmelas...
Me saca de quicio la gente que es tan cuadriculada para saber siempre como reaccionaría ante todas las situaciones de su vida. La gente que cree tenerlo todo controlado, que cree estar en posesión de la verdad absoluta.
Tuve amigos imaginarios hasta bien entrada la pubertad. Yo sabía que no existían, pero me hacían compañía cuando estaba sola...

Arcadia

jueves, 19 de abril de 2012

Todos los días

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