viernes, 12 de octubre de 2007

Brotes de nostalgia

Caminaba por el camino de la desesperación. Subía y bajaba montañas de anhelos. Surcaba los cielos atravesando las frágiles nubes. Se imaginaba a sí misma perdida entre las sábanas, sin tener k despertarse por las mañanas, durmiendo hasta la tarde y soñando despierta todas las noches. Y al volver en sí se percató de que nada de aquello era real. Miró por la ventana de su nueva habitación. Era una costumbre que había adquirido en las últimas semanas. Miraba y observaba a la gente pasar, mientras distraía sus frágiles pensamientos con el tenue murmullo de cuando nada se escuxa. De nuevo, volvieron a su mente los pensamientos más tristes. Siempre que miraba por la ventana terminaba acordándose de lo mismo. Y las lágrimas asomaban a sus ojos.
Pero a veces le pasaba mientras leía un libro. Un libro de historia, por ejemplo. Sin saber por qué, una frase le recordaba a ella, a un día, a una vieja situación. Como el día en que fueron a comprar un radiocassete. Y luego tomaron un helado por las calles de Madrid. Aquel día recordó a su madre bella y cálida, alumbrada por el sol estival.
Y hacía poco había venido a su memoria otro verano, muchos años atrás, cuando ella cumplió 4 años. Es curioso como aquel día se había quedado grabado en su memoria. Aquella frase demasiado racional para una niña, y la luz que penetraba en la habitación aquella mañana, iluminando a su madre como si fuera un ángel. Recordaba esa breve escena, cuando ayudaba a su madre a estirar las sábanas y a hacer la cama. Apenas unos segundos, tan sólo una frase. Pero la imagen... una imagen nítida y brillante de su madre iluminada por una claridad casi celestial...
A veces se acordaba de esas cosas caminando por la calle, sola, cuando volvía de la universidad. Algunas veces olvidaba por un momento que en realidad no se dirigía a su hogar, sino a su nueva casa. Y de golpe la despertaba la súbita sensación de que no era así. Y se estremecía de dolor, y de frío, y su piel se volvía de gallina mientras sus ojos brillaban. Y otras veces, cegada por el deseo, creía ver a su madre caminando a lo lejos, con un chaqueetón negro, con el pelo rubio, con ese compás suyo al andar... Pero al acercarse la realidad volvía a quebrar sus vagas ilusiones, ilusiones irracionales, pero ilusiones. Ella ya no respondería a sus llamadas...


Se había hecho de noche. Ahora la ventana reflejaba las calles oscuras, iluminada no por las mágicas estrellas, sino por las deslucidas farolas. Pero el efecto era el mismo. Las estrellas en el cielo se asemejaban a pequeñas gotas de lluvia. Y las farolas... bien podrían ser las lágrimas más amargas de la desesperación.

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