viernes, 12 de octubre de 2007

¿Quién soy?

Supongo que no es fácil explicar quién soy. Como no es fácil explicar lo que me pasa. Porque a veces, a determinadas horas, en determinados momentos, me duele la tripa. De nervios. De miedo. No es fácil explicar cómo es mi vida. La de pensamientos que bombardean diariamente mi cabeza. La de cuestiones absurdas que me planteo mientras viajo en metro o espero el autobús. A veces reflexiono sobre la muerte. Otras, sobre la vida.

Hace ya tiempo que creo que pensar es una maldición. Nos diferencia de los animales, y nos hace infelices. Merma nuestros instintos, y obstruye nuestros sentidos. Demasiadas horas de pensar al día pueden ser dañinas para la salud. Consulte a su farmacéutico. A veces creo que todo sería más fácil si no me cuestionara mi existencia a cada segundo. Si no psicoanalizara a la gente con cada gesto. Si no juzgara cada cosa que veo. Sería todo más fácil si pudiera limitarme a soñar. A soñar sin caerme al suelo, sin que se quebrase el cántaro de leche. Si pudiera abstraerme de la realidad. Quedarme para siempre en la cama, o estar riéndome siempre a carcajadas. O un extremo, o el otro. Pero no los grises. Ni las tonalidades oscuras. Sólo blanco o negro. O mejor, colores pastel. Empalagosos. Como el aire de otoño. Cargado de hormigas voladoras, agua, y frío.

Pero no es así. Por alguna extraña razón me gusta pensar. Y autoflagelarme pensando. Me gusta recrearme en las cosas que me hacen daño, en un vano intento por castigarme. Me tiembla el pulso. Me lloran los ojos. No puedo ni leer una noticia de una muerte sin que un escalofrío me recorra todo el cuerpo. No sé lo que me pasa. No sé por qué no puedo evitarlo. Por qué llego a cada sitio huyendo de mí misma, fingiendo ser alguien que no soy. Fingiendo que no me pesan los párpados cada vez que los abro por la mañana. Cada vez que estoy sola. Y como una autómata pongo una falsa sonrisa en los labios para deleite de aquellos que ni se fijan en mí.

Quizás sean las fechas. Quizás sea la edad. Quizás el hecho de que es mi último año de Universidad. Pero creo que va más allá. Es algo que está dentro de mí. En ocasiones siento que he nacido con la nostalgia más agudizada que el resto de los mortales, y la melancolía como estandarte personal. Como si no hubiera manera de pararlo nunca. Como si mi única manera de existir fuese llorando. Recordando. Creyendo. Soñando. Como si no fuese capaz de valorar las cosas del presente y solo supiera pensar y repensar en aquellas que perdí.

Suspiro. Me callo. Miro para otro lado. Aquí no ha pasado nada. Yo no os he contado nada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bienvenida, Arcadia. Por cierto, precioso nombre. Más de una vez me he planteado ponérselo a mi hija.

Un muak enorme

Eviña dijo...

Pensar, repensar y volver al principio de lo pensado sin una solución es un deporte peligroso que practicamos algunos mortales.
Es autodestructivo, pero como todo lo malo, no lo puedes evitar...
Encantada de que me hayas encontrado y de leerte y reconocerme en tantas y tantas cosas...