viernes, 12 de octubre de 2007

Verano

Camino por las calles creyendo saberlo todo. Como si el tiempo no me hubiera enseñado nada. O como si me lo hubiera enseñado todo. Con una banda sonora resonando en mi cabeza me recorro las montañas, el parque, las calles o mi casa. Esta casa. Camino buscando nada. Y no encuentro nada. Es así como los años nos han enseñado a volar. Con los pies sobre la tierra y las alas escondidas. Para que nadie las vea. Para que nadie nos hiera.

Miro a mi alrededor y todo es distinto. Puedo ver las películas que veía de pequeña, o leer los libros que leía de niña. Pero no puedo volver a ser la misma de entonces. Y, a pesar del cambio, el paisaje que se ve desde mi ventana permanece inmutable. Yo, que lo conozco desde hace tantos años, sé que ha cambiado, minuciosamente, en pequeños detalles. Bancos que ya no están donde estaban, árboles que se han plantado, o lagos que se han vaciado. Columpios que se han mudado, o conciertos que se han evaporado. Es la huella de la agujas del reloj, que nunca se detienen, ni cuando andan hacia atrás.

El verano trae a mi memoria sensaciones agridulces, de siestas bajo una sombrilla de playa, y paseos sobre las rocas. Un camping gas, una tienda de campaña. Paella. Ser consciente del paso del tiempo, echar la vista atrás y recorrer con la mirada los caminos que antes te llevaban a tu casa. Y que ahora no conducen a ninguna parte. Ser consciente de eso te hace ser consciente de todas las cosas que has perdido y que has ganado. De todo lo que nunca has tenido y de todo lo que mañana puedes tener. Suena interesante, y divertido. Como si de este modo no desaprovechases nunca el tiempo. Pero no es verdad. Te pasas la vida pensando en lo que has vivido, malgastando lo que estás viviendo, y soñando lo que vivirás mañana.

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